lunes, 25 de abril de 2016

Las dinastías romanas



El cargo de emperador reunía la totalidad del poder. Por un lado, era el supremo gobernante, pues dirigía el ejército, tomaba todas las decisiones políticas importantes, dictando leyes y nombrando gobernadores. Por otro, era el Sumo Pontífice, ya que administraba la religión y, por tal motivo, su persona era considerada sagrada. Ni siquiera el senado pudo limitar la centralización del poder. Esta antigua institución conservó algunas de sus facultades: asesoraba al emperador y proclamaba al sucesor que aquel elegía. Nunca recuperó el poder que tuvo en la República. Durante los primeros dos siglos del imperio, Roma conoció cuatro dinastías de emperadores:

Julio Claudios (14-68) Fueron los sucesores directos de Augusto, excepto Tiberio. Ninguno tuvo las virtudes del fundador del imperio, casi todos murieron asesinados.

Flavios (69-96) Fueron un grupo guerrero que reforzó las fronteras del norte del imperio y realizó campañas militares en Dacia, hoy Rumania.

Antoninos (96-192) Con ellos, el imperio alcanzó su máximo esplendor. Estimularon el desarrollo de la cultura, realizaron notables construcciones y alcanzaron la mayor expansión territorial, con la conquista de Dacia y los territorios del Cercano Oriente, hasta el río Éufrates.

Severos (193-235) Llevaron a cabo campañas contra los Partos y anexaron Mesopotamia. Sin embargo, el imperio tuvo cada vez más dificultades para contener la presión que ejercían los pueblos germanos. A esto se sumaron los conflictos ocasionados por las diversas aspiraciones al trono imperial y el liderazgo que fueron consiguiendo los oficiales victoriosos en las campañas militares, que incrementaron la influencia del ejército. Se crearon nuevas legiones y cuerpos auxiliares y el reclutamiento se acentuó. 

Fuente: Historia Universal Santillana Tomo 4

Leiner

Historiador de profesión y especialista en informática educativa por convicción.

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